“Si la vacuna en ciernes de Moderna puede llegar a prevenir el coronavirus y el futuro es brillante –debe ser a lo que apuesta el mercado, que ha triplicado el valor de la compañía– ¿por qué sus directivos están vendiendo acciones?”

¿Qué sucederá con las cotizaciones de las farmacéuticas cuando alguna consiga finalmente la vacuna?

En marzo, la empresa farmacéutica de Maryland Novavax cotizaba en bolsa a 36 centavos de dólar (32 céntimos de euro). Era un ‘penny stock’, el equivalente de un ‘chicharro’ pero peor, una empresa como las que le vende el estafador bursátil Jordan Belfort a sus pobres clientes en la película ‘El Lobo de Wall Street’, protagonizada por Leonardo di Caprio y dirigida por Martin Scorsese. El 8 de julio, Novavax cerró a 104 dólares con 56 centavos (92,76 euros). Después dirán que el coronavirus es malo para la economía.
La anécdota de Novavax no es un caso aislado. La compañía cuenta, al menos, con una inyección de 1.600 millones de dólares (1.420 millones de euros) del Estado de EEUU para que siga investigando en la búsqueda de una vacuna contra la Covid-19, y ya cuenta con una que está en la Fase 3 de las pruebas, en las que el producto es probado en centenares de pacientes en diferentes áreas geográficas y sometido a tratamientos diferentes.

El día 7, Novavax cotizaba a la apertura a 79 dólares. Al cierre del mercado, había subido un 32%, hasta los 104 dólares, debido al anuncio de la concesión de la subvención. En solo un mes, el fondo de Boston RA Capital ha obtenido con su inversión en esa empresa una revalorización del 120%, según el ‘Wall Street Journal’. RA Capital mantiene su inversión porque, según sus análisis, el coronavirus ha llegado para quedarse y, aunque se encuentre una vacuna, ésta deberá ser aplicada de manera regular, igual que, por ejemplo, la de la gripe.


“La situación es realmente extraña, con la economía cayendo en su mayor crisis desde la Gran Depresión y Wall Street en niveles de record”


Hay muchas más empresas que están viviendo experiencias similares a la de Novavax. Ahí está Moderna, la empresa de biotecnología que está buscando su propia vacuna y que se ha convertido en una constante en los medios de comunicación españoles por la presencia entre sus directivos del español Juan Andrés, que ejerce el cargo de director técnico y de calidad. Ha visto cómo su cotización se triplicaba desde que llegó el coronavirus a Occidente, en marzo. En sus nueve años de existencia, Moderna no ha registrado una sola patente, ni tan siquiera logrado que sus investigadores publicaran un artículo en alguna revista científica. Aun así, vale en Bolsa un 10% más que BBVA.
Por ahora, Moderna no ha encontrado ninguna vacuna, aunque tiene una que también está en Fase 3. Pero sus investigaciones ya han generado un grupo de beneficiarios: sus directivos. Éstos han vendido cerca de 100 millones de dólares de acciones de la compañía desde que empezó la Covid-19. Solo en las 48 horas posteriores al anuncio por Moderna de que la empresa estaba avanzando en la investigación, cuatro altos cargos de la compañía vendieron títulos por valor de 29 millones de dólares (25,7 millones de euros. Tal y como se ha preguntado la revista médica ‘Stat’, esas operaciones cuestionan la viabilidad de las investigaciones de Moderna porque, “si la vacuna en ciernes de Moderna puede llegar a prevenir el coronavirus, y, por tanto, el futuro de la empresa es brillante, ¿por qué están vendiendo los ‘insiders’?”

Éstos no son más que unos ejemplos de las distorsiones que está causando la Covid-19 en la economía de Estados Unidos y, con toda certeza, en la del resto del mundo. No solo está habiendo destrucción creativa –en honor a la verdad, más destructiva que creadora, al menos hasta la fecha– sino, también, una más que considerable transformación de la actividad. Hasta la fecha, se han vertido océanos de tinta –o, en esta era de trabajo virtual, píxeles– en describir en qué consistirá la economía que salga de esta crisis. Pero esos ejercicios son, en el mejor de los casos, arriesgados. Nadie sabe, ni siquiera de forma aproximada, lo que va a traer una situación que no tiene precedentes.
Ahí está, por ejemplo, la tan cacareada transformación de las cadenas de suministros. Es algo que en un primer momento se dio por sentado que provocaría la crisis, a medida que las empresas decidieran acercar sus líneas de producción a sus mercados finales para evitar el peligro de nuevas disrupciones como ésta. Pero, a medida que los meses pasan, ninguna empresa, y tampoco ningún Gobierno, está hablando de traer fábricas de Asia a los países desarrollados. La razón es que eso sigue siendo demasiado caro.

Situaciones muy extrañas
Hay otros ejemplos que no afectan al mundo empresarial, sino a los sectores más golpeados por la crisis. El caso más claro es el del desempleo. Normalmente, un parado estadounidense percibe en concepto de subsidio de paro el 45% de su salario. No es que haya ninguna ley que lo establezca así, sino que ésa es la media, de acuerdo con los datos del Departamento de Trabajo de ese país. Pero, ahora, con el coronavirus, los parados perciben un suplemento extra de 600 dólares mensuales (532 euros). A esa cantidad hay que sumar el cheque enviado por el Gobierno federal a la mayor parte de los ciudadanos de rentas media y bajas por 1.200 dólares (1.065 euros).


“Con el Covid-19 los parados reciben, hasta este mes, un suplemento mensual de $600, que se suma al cheque que envía el Gobierno a las rentas bajas, por $1.200”


Eso significa que muchos de ellos están cobrando más en el paro que cuando trabajaban. Es una situación casi tan extraña como el hecho de que Wall Street esté en niveles de récord a pesar de que la economía está cayendo en su mayor crisis desde la Gran Depresión. Pero ésa es la realidad, y, además, por bastante tiempo. Los 600 dólares extra se acaban el 31 de este mes, pero es probable que se mantengan al menos hasta finales de año, acompañados de otro cheque, aunque en esta ocasión es posible que las condiciones para percibir ambas ayudas sean más estrictas que lo que han sido hasta ahora.
Esas ayudas son necesarias para que la gente, literalmente, coma, sobre todo en sectores como la hostelería, de por sí peor pagados –la mayor parte de los camareros en EEUU vive de las propinas, porque su sueldo es minúsculo–, aunque cabe pensar qué va a pasar con ese dinero una vez que el confinamiento termine. En Wall Street la opinión general es que, cuando llegue ese momento, esa renta extra que ahora está siendo ahorrada, entre otras cosas porque no hay en qué gastarla, se destinará al consumo. Es probable que así sea, pero también es cierto que, si se da ese escenario, podría haber repuntes a la alza en los precios que nadie parece estar considerando, como tampoco nadie está teniendo en cuenta que la inflación de los alimentos está subiendo por efecto de la suspensión de la actividad generada por el virus y de los brotes en los mataderos.

Es posible que las ayudas se prolonguen, pero con condiciones más estrictas a partir del próximo día 31

Todas ésas no son más que algunas de las distorsiones que el coronavirus ya está causando en la actividad económica. Acaso más que centrarnos en cómo va a ser la economía el día después –por ejemplo, en si necesitaremos trajes y corbatas para volver a la oficina o si nos quedaremos trabajando en pijama en casa hasta que llegue el día de la jubilación– sea mejor que nos centremos en cómo se van a resolver esas situaciones.
¿Qué pasará con las cotizaciones de las farmacéuticas el día en el que haya una vacuna? ¿Y con ese exceso de renta derivado de las ayudas a los parados? Son cosas en las que nadie se está fijando, pero que podrían afectar a los mercados y a las economías, y mucho, en uno o dos años.♦